Hoy ha tenido lugar mi primera experiencia de freeganismo en contenedor. Lo que en inglés llaman “dumpster diving”.
De camino a casa he visto un trío de señoras de unos cincuenta años rodeando dos contenedores de tapa naranja que estaban repletos de plátanos. La fruta estaba en perfectamente limpia, protegida por un plástico enorme, pero ya al límite de madurez. Las tres, extranjeras de algún lugar del Este, sacaban con salero lo que valía la pena. Ha bastado que me girase a mirar para que me animasen con ademanes a sumarme a la actividad. Los dos contenedores rebosaban; el comercio que los había tirado había calculado fatal su stock, pero al menos había dispuesto la fruta de manera que fuera “recuperable”.
He cogido unos pocos, y cuando me iba, una de las señoras me ha llamado y me ha dado otro puñado más. Esta mujer, hablándome en algo que bien podría ser Bulgañol, ha conseguido contagiarme su entusiasmo, por la buena calidad de los plátanos y la cantidad de ellos que había, y su lástima porque alguien los hubiera tirado en cantidades tan desmedidas. Según me alejaba del contenedor con mi modesto botín, me daba pena pensar en todos los plátanos que se quedaban allí. Pero según bajaba la calle, me he cruzado con un señor de unos setenta y pico años que caminaba apresurado tirando de un carro de compra vacío. Efectivamente, iba también al contenedor de plátanos; alguien le había dado el chivatazo. Creo que es posible que no se eche a perder ninguno. Me hace muy feliz vivir en un barrio en el que los vecinos sean de sentido común y no se anden con remilgos innecesarios.
Ninguno de los que estábamos en el contenedor nos parecíamos a las fotos de activistas freegan que se ven en los medios, normalmente jóvenes modernitos occidentales con rastas. Un ejemplo de cómo los movimientos beben de prácticas y filosofías que otros, sin etiquetas ni marca, llevan aplicando toda la vida.
Bonus dominical: receta de helado de plátano.
Ideal para que no se eche a perder un manojo de plátanos maduros que no vas a comer en el día.
- Pela los plátanos y córtalos en rodajas gruesas.
- Mete las rodajas en una fiambrera, sin que estén muy pegadas entre sí, y congela.
- En el momento justo en el que quieras comer el helado, saca la fiambrera del congelador. En mi experiencia no es recomendable que los plátanos pasen más de 2 meses en el congelador porque se empiezan a oxidar demasiado, sobre todo si estaban muy maduros en el momento de congelarlos.
- Bate las rodajas con una batidora de mano. Tardarán un poquito, bate hasta que obtengas una masa espesa, densa y uniforme. Facultativo: añade una cucharada de mantequilla de cacahuete o de tahin al batir para incrementar aún más la cremosidad. Yo, personalmente, no lo necesito.
- Sirve en boles y a comer.
Si no les dices nada a tus invitados, pensarán que hay azúcar, nata, vainilla y todo tipo de cosas en este helado, ¡pero es solo plátano!