He estado toda la semana inquieta en la oficina pensando en la cantidad ingente de guiones, tarjetas, formularios, y demás papeles que teníamos que imprimir, cortar y organizar. La semana que viene necesitamos tener todo listo y ordenado para el viaje. Solo Aysu y yo estábamos preocupadas, los demás tenían otras cosas en la cabeza. Por fin, hoy viernes a mediodía y no antes, hemos empezado a imprimir. Había dos personas ociosas en la oficina y nos han hecho el favor de recortarlo todo. Ha sido una coincidencia propia de la magia de Italia. Cuando piensas que todo está perdido, de repente todo se soluciona.
En un momento de pausa, estaba yo pululando por nuestro espacio de trabajo y me he puesto a escuchar el ruido de la impresora. Es uno de esos ruidos relajantes, como el de la lavadora. La sensación de haber cumplido con la parte propia del trabajo, metiendo todo en el aparato, y ahora le toca el turno a la máquina. Lo único que se puede hacer es esperar a que termine.
Me vino el recuerdo de esos ratos muertos en el despacho de mi padre cuando era niña. Yo tengo la sensación de que iba poco para no molestar, como me insistía mi madre, pero por la granularidad de mis recuerdos, creo que iba más de lo que pienso. Después del cole, pasaba por allí, timbraba, y si me abrían subía. Era un piso viejito que utilizaban mi padre y su socio Tibi como estudio de aparejadores. Los dos trabajando en sus mesas, me saludaban rascándome la cabeza y con un beso, a veces prácticamente sin levantar la cabeza de la mesa de lo liados que estaban. Pobres, qué manera de trabajar.Un lugar realmente austero; allí no había nada interesante para un niño y creo que por eso era tan relajante. La cocina vacía, no creo que hubiera ni café. Pilas de papeles, documentación, rollos de planos, papel normal, papel cebolla, papel de calco de cuatro capas, pisapapeles magnéticos o de cristal, clips a tutiplén y mucho humo de tabaco negro. Y la impresora matricial. Casi siempre funcionando, lentamente sacando hojas enganchadas en rollo y haciendo esas curvas simétricas al ir saliendo. Los sobrantes de los márgenes agujereados y precortados de las hojas eran uno de los pasatiempos. Había tal volumen de ello que se podía hacer una almohada, o una bola grande. No me solían dejar recortarlo de las hojas, pero sí jugar con los ya recortados y en la papelera. Los pisapapeles magnéticos y los clips. Los pisapapeles de cristal con cosas dentro eran algo más contemplativo, pero me gustaban mucho. La óptica del asunto. Creo que sin querer era todo un aprendizaje de física doméstica. Las mesas de dibujo inclinadas, con paralex, escuadra, cartabón, lapiceras y rotrings. Si Tibi no estaba en la oficina, me iba a su mesa y jugaba a hacer rodar bolis de arriba a abajo. Y a deslizar el paralex, enganchado de esas cuerdecitas, tensas pero no demasiado. Hacer una cadena de clips, suspenderla del imán y probar a ver cómo de larga puede llegar a ser antes de que su peso supere la fuerza del imán y la haga caer. Años después me contaría mi padre con humor cómo muchas veces cogía un clip de la caja y se encontraba otra vez con una cadena infinita, y tenía que parar y deshacerla antes de poder seguir trabajando. Claro, en esto yo no pensaba.